Estudio de caso: La Esperanza
La esperanza antes de La Esperanza
En medio de Chimaltenango, en la zona 6, se encuentra la colonia Las Victorias1. Dar rumbo por sus calles es toparse con rejas y portones que cierran y limitan el acceso, que hacen de la colonia un laberinto urbano. En lo profundo de la colonia, hay un edificio con una fachada decorada por un mural colorido que destaca del resto, como una planta esperanzada en crecer y vivir entre la grieta del asfalto: el instituto educativo La Esperanza.
Madres de familia y docentes de La Esperanza recordaron con tristeza los días de violencia que vivían a diario en la colonia Las Victorias, entre 2005 y 2010. Las Victorias era conocida, en la jerga oficial sobre los sectores urbanos calificados de peligrosos, como “zona roja”.
Era común encontrar pandillas en las esquinas, formadas por jóvenes cuya única pertenencia era la calle y poco más. Vidas resquebrajadas por la violencia doméstica o el orfanato, la pobreza y la desesperanza donde la pandilla y el vandalismo representaban sus reducidas, o únicas, alternativas.
El hecho de salir a trabajar o salir de noche era un riesgo porque asaltaban. No habían vendedores, y los ruleteros no entraban a esta colonia porque era un punto rojo. Muchos asesinatos dentro de la colonia que se veían en cualquier cuadra.
Además, esta juventud ha sido la población olvidada por completo por el Estado y el sistema educativo.
En ese entonces, existía una ONG que ofrecía educación a muy bajo costo, llamada Popol Wuj. Era muy apreciada por la comunidad, pues daban una buena educación y, al parecer, fue el centro educativo para muchos jóvenes y niños. Sin embargo, cerraron por problemas de fondos.
El cierre forzó a muchos estudiantes a inscribirse y asistir a las escuelas públicas. Debido a las políticas de gratuidad implementadas por el gobierno de Álvaro Colom (2008-2012), las familias no estaban obligadas a pagar una cuota. Sin embargo, a pesar de esa ventaja social, las escuelas públicas no podían cubrir la demanda escolar o rechazaban a jóvenes por sobreedad.
Ante esta realidad de pobreza y violencia, de jóvenes fuera del sistema educativo, tres mujeres unieron conocimientos, experiencias y esperanzas para atender las necesidades sociales que aquejaban a la juventud de escasos recursos y en riesgo2 de Las Victorias.
Una de ellas, que se convertiría luego en la directora de La Esperanza, trabajaba de 2008 a 2012 en CONALFA, en un proyecto de alfabetización para mujeres adultas e indígenas. Enseñaba cursos de lectura e impartía un programa de primaria acelerada a mujeres analfabetas de Las Victorias.
En 2011 hice mi EPS3 en la USAC, en pedagogía y administración educativa. Aproveché la oportunidad para plantear un centro educativo para estudiantes de escasos recursos de la comunidad. Surge porque alfabetizaba a señoras de la comunidad... y en una ocasión las señoras decían “es que los patojos aquí después de sexto primaria tienen que ir a otro lado a estudiar”. Había visto que muchos de los hijos de estas señoras habían dejado de estudiar por lo mismo.
La directora conoció a otra de las cofundadoras en 2010. Es maestra y lingüista de la Universidad Mariano Gálvez. Ella veía pasar a la directora en una motocicleta en la carretera, en las mañanas y las tardes, y se saludaban sin saber aún que trabajarían en el proyecto que cambiaría sus vidas.
Cada una conocía el trabajo de la otra, en ese entonces docentes de colegios privados. También coincidían en una misma visión: una propuesta educativa para solucionar la problemática de la violencia, la pobreza y el abandono de la juventud en Chimaltenango.
La idea era fundar un centro educativo público, así recibirían financiamiento del Estado para costear personal, equipo, materiales y un edificio. Sin embargo, cuando la directora llevó la propuesta a una reunión con el concejo municipal y el entonces alcalde Carlos Simaj, fue rechazada. No claudicaron en su proyecto, y lo convertieron en un instituto civil y privado.
Empezaron con pocos docentes y en un terreno donde construyeron una galera de lámina. Faltaba la acreditación oficial del Ministerio de Educación.
El entonces supervisor de la Dirección Departamental de Educación era de Las Victorias, por lo que conocía la realidad del sector. Además, era abierto y productivo para proyectos educativos. Animado por la propuesta de La Esperanza, les dijo que resolvería el trámite de la inscripción oficial de estudiantes. Y así lo hizo.
Para finales de marzo del 2012, como si estuviera destinada a no morir, nace La Esperanza.
Contexto urbano de la ciudad de Chimaltenango
Chimaltenango fue declarada oficialmente como ciudad en 1926, pero es hasta el final del siglo XX en el que la urbanización se intensifica. Al punto que la ha convertido en una ciudad comercial, productiva y geopolíticamente dinámica.
De hecho, según el censo nacional del 2018 del INE, ¡el total de la población del municipio habita en área urbana! Sin embargo, no tiene orden ni distribución, sino es producto de una improvisación urbana por la falta de planificación estatal y de regulación de intereses privados. Es una ciudad desigual.
No todas las zonas de la ciudad tienen a disposición servicios básicos como agua y luz. El crecimiento demográfico, ya sea por viejos residentes o inmigrantes permanentes o temporales, ha devorado la ciudad, presionando y demandando recursos y espacios que, sin planificación ni regulación del Estado, son insuficientes o distribuidos con ineficiencia.
Otra consecuencia trágica de la ciudad desigual chimalteca es la violencia urbana. Una ciudad que no cumple los derechos fundamentales de sus ciudadanos, con periferias desatendidas y olvidadas, dará las condiciones propicias para la formación de pandillas y actividades delincuenciales, criminales.
En el centro de la violencia urbana se encuentra la juventud. Los jóvenes ciertamente son ejecutores de dicha violencia, pero no son los principales responsables de ella. La juventud, más allá de ser violenta, es víctima de violencia. En especial, de la violencia estatal que sufren a diario.
Las pandillas son grupos fundamentalmente juveniles. Sin embargo, la juventud no es violenta por naturaleza. Son resultado de la necesidad juvenil de expresar rebeldía, pertenencia y búsqueda de sentido ante la exclusión y desigualdad social de las ciudades.
La urbanización desigual es parte de la violencia del Estado, la cual quita, viola y obstaculiza derechos. La falta de atención, la poca planificación urbana, los esfuerzos intencionales para despojar a comunidades y grupos de territorios y recursos, la renuencia por rendir cuentas y responsabilidades son formas de violencia estatal.
Los jóvenes, y las pandillas, no solo son objetos de la violencia urbana que está presente en ciudades como Chimaltenango. También son objetos de la violencia estatal que los priva de derechos fundamentales: educación, salud, vivienda, recreación, seguridad y la integridad de su vida.
La educación popular de La Esperanza
El primer grupo inscrito de La Esperanza fue de 28 estudiantes. Eran jóvenes que crecieron en la calle, cuyo lenguaje propio era la violencia urbana.
Los chicos estaban en la calle, crecieron solos, algunos estaban metidos en cosas delictivas. Teníamos a personas dentro de la colonia que se dedicaban a cosas serias. Los jóvenes tenían un carácter fuerte, se expresaban como querían.
Por este tipo de perfil de estudiantes, vecinos prejuiciosos de la colonia calificaba el instituto como “preventivo”. En contra de estos estigmas, en La Esperanza se negaron a impedir la inscripción de estos jóvenes, pues precisamente era la población que más atención necesitaba.
Es un ejemplo de reclutamiento intencional. Fue una importante práctica para La Esperanza, porque alcanzó a la población más vulnerable de Las Victorias.
En un principio, tuvieron dificultades en dar clases al primer grupo, pues era una “lucha de poderes” entre el estudiante rebelde, nativo de la calle, y la docente nativa de la educación tradicional del sistema público.
Eran jóvenes con muchos problemas de conducta, de autoestima, de adaptación. No se podía dar clases a veces, porque era un relajo. Los patojos eran indisciplinados. Además, habían niveles educativos variados. Era bien complejo.
Sin embargo, las fundadoras de La Esperanza tenían claro con quiénes lidiaban y la realidad de Las Victorias. Sabían que era un contexto de violencia urbana y pobreza, de jóvenes con derechos sistemáticamente violentados y, sobre todo, jóvenes cuya rebeldía e indisciplina eran síntomas de algo más profundo: proactividad.
Así nace uno de sus primeros programas esenciales: el club de líderes. En un comienzo consistía en una serie de excursiones y talleres con el propósito de activar a los jóvenes, recrear a los estudiantes y proveer reflexiones de su realidad y biografía para transformarlos en líderes de sus vidas y comunidades.
Estos patojos eran líderes, pues tenían mucha energía y potencial, pero mal dirigido. “De aquí vamos a sacar buenos líderes”, entonces empezamos a trabajar con arte, teatro, liderazgo y la escuela activa.
Sobre la marcha, ante el desencuentro de la educación y la rebeldía de los estudiantes, alimentada por una vida callejera dispuesta a la delincuencia y la violencia, concluyeron que la docencia necesitaba de un enfoque que se ajustara a las necesidades y personalidades de los jóvenes.
Así, se dieron a la tarea de leer libros sobre la educación popular de Paulo Freire4, debido a su filosofía horizontal con el estudiante. Como guiados por él, en 2012, a través de un anuncio de Facebook, la directora se inscribe en un taller que se acoplaba a la visión de La Esperanza: el Programa Alternativas a la Violencia (PAV).
Una pedagogía contra la violencia
La directora asistió al taller durante tres días. Estuvo impartido por mujeres de California, Estados Unidos. El PAV es una conversión educativa de un enfoque social, que fue utilizado por cuáqueros de Estados Unidos para contrarrestar la violencia mortal que ocurría dentro de las prisiones.
En el taller, la directora vio luz al reconocer el PAV como educación popular.
Por ello, solicitó a las talleristas que impartieran el PAV en La Esperanza, quienes aceptaron sin dilación. Esto marcaría para siempre a La Esperanza, pues el PAV habrá de representar un pilar fundacional para el instituto.
El PAV se imparte en La Esperanza por dos días en marzo y nuevamente en junio de cada año. Los facilitadores del taller han sido participantes de anteriores talleres, quienes han sido acreditados tras tres niveles de capacitación. Son los encargados de guiar el taller a través de actividades lúdicas y de reflexión.
Según docentes y estudiantes de La Esperanza, el PAV es tanto una experiencia transformativa a nivel pedagógico como personal; se “desaprende para volver a aprender”. Es decir, se deconstruye las ideas, mandatos y métodos internalizados de la educación tradicional. Se reaprende, por cierto, en un mismo espacio y proceso compartidos entre docentes y estudiantes.
Uno de los chavos más metidos en el crimen y más convencidos de que ese era su camino, en el taller lloró al decir por qué hacía las cosas, por qué robaba la refacción a los compañeros, por qué él acosaba a las señoritas... Fue el primero que hizo click, y se convirtió en un líder del grupo de liderazgo. Luego, se hizo facilitador para el taller, apoyaba a otros niños y jóvenes.
El PAV logra transformar a los participantes, pues tiene como principio la reflexión crítica de lo personal con lo educativo. Es decir, escuchar es contextualizar.
Con todo, el PAV de La Esperanza representa un quiebre pedagógico con respecto a la educación tradicional. Además, es un rito de paso para los nuevos docentes y estudiantes; es decir, una transición de una educación comúnmente excluyente y rígida a una educación que dialoga, escucha, juega y critica. Algunos tienen tan internalizado el método tradicional que renuncian de la educación popular de La Esperanza.
Crecer hacia dentro y fuera
El periodo de 2012 a 2019 consistió en un tiempo de consolidación y proyección para La Esperanza.
En un principio, la nómina estudiantil creció de 28 a 47 estudiantes, se asentaron programas y metodologías esenciales como el club de líderes y el PAV, se unieron nuevos docentes. Al mismo tiempo, aparecieron retos educativos e institucionales.
En primer lugar, el reto de integrar la educación popular al pénsum oficial. Desde siempre La Esperanza ha sido pensado como un centro educativo, que cubriera a los jóvenes excluidos de la educación pública y privada. Asimismo, acreditarlos en el sistema educativo para darles lugar, con título oficial, en el mercado laboral o la universidad.
Están obligados a cumplir requerimientos oficiales del MINEDUC. Es decir, la enseñanza de ciertos temas, una cuota de notas, la instrucción para competencias mínimas.
Para ello, idearon un pénsum mixto, en el que incluyen contenidos oficiales del sistema educativo y programas de la educación popular. Así, cumplen con los requisitos del MINEDUC sin perder la esencia pedagógica de La Esperanza.
Por otro lado, el financiamiento de la institución. La directora se ha encargado de mandar propuestas y presentaciones a diversos concursos de financiamiento y donantes internacionales.
Por lo tanto, el instituto es sostenible debido al financiamiento de organizaciones internacionales que creen en su trabajo y han visto resultados. Desde 2016 han cubierto costos administrativos, salariales y materiales. Además, les ha permitido becar por completo5 a la totalidad de los estudiantes.
Ha sido fundamental también para retener docentes que, en otras circunstancias, estuvieran obligados a buscar ingresos en otra parte.
Las alianzas educativas e institucionales
Los nuevos contenidos y programas, que con el tiempo La Esperanza fue adquiriendo o explorando, demandaban coordinaciones y relaciones con otras organizaciones. Así, las alianzas son necesarias. En el caso de La Esperanza, estas comenzaron desde los orígenes de la institución.
La Esperanza en tiempos pandémicos
En marzo del 2020 el gobierno de Alejandro Giammattei decretó cuarentena nacional por la irrupción de COVID-19. La población se enclaustró en sus hogares, vaciando las calles de las ciudades. Nunca se había escuchado el trino de pájaros sobre la bocina de los carros, ni observado que los peatones regulares fueran animales salvajes.
Encerrados, las empresas improvisaron sin margen formas remotas de trabajo. Entonces la computadora y el celular se convirtieron no solo en la principal herramienta de trabajo, sino en el único vínculo con el mundo. Fue así, sin embargo, para quienes podían costear un dispositivo y servicios de internet.
La pandemia nos recordó en Guatemala que la tecnología es un privilegio.
En la educación, ante las medidas oficiales de distanciamiento social e higiene pública, escuelas y colegios cerraron sus establecimientos y se vieron obligados a adaptar metodologías a distancia.
Sin embargo, la tecnología no sería, ni de cerca, una panacea educativa, tomando en cuenta su limitado contexto y acceso en Guatemala.
Por ello, se idearon diversas formas para atender la educación de millones de niños y jóvenes: atención por mensajería de texto o WhatsApp, llamadas telefónicas, rondas de visitas presenciales a los hogares para dejar hojas de ejercicios o folletos, cursos audiovisuales elaborados por el MINEDUC para televisión y radio.
La educación no estuvo preparada para el alcance trágico que conllevaría la pandemia, que agravó las carencias estructurales e históricas del sistema educativo público y privado. Sobre todo, un cierre escuelas y colegios que duró hasta 2022.
Así, ocurrieron cierres de centros educativos privados, empobrecimiento de la economía doméstica, pedagogías ineficientes por el limitado acceso a internet y herramientas tecnológicas y, especialmente, rezago en el aprendizaje.
Que todos se levanten
Ahora, ¿cómo vivió La Esperanza los tiempos pandémicos?
La presencia física es un aspecto fundamental para la educación popular, pues hay un componente del cuerpo a través de la actividad física, el juego, la interacción con el grupo, el espacio y el docente. Por ello, en La Esperanza no podían dejar de lado las clases presenciales.
Ante la dificultad y complejidad de dar por completo clases a distancia, optaron por convocar algunos días a los estudiantes en el establecimiento de La Esperanza. Le llamaron a esto reforzamiento. Estudiantes que necesitaban auxilio o repaso para ciertas materias, asistían voluntariamente.
Aunque tomaban con estricta seriedad las medidas de sanidad pública contra COVID-19, tuvieron discusiones con la supervisora educativa del MINEDUC.
Venía con la mentalidad de venir a cerrar en la pandemia, aunque se estaban dando tablets para los chicos para que recibieran clases. Quería cerrar porque habían dicho que estabamos dando clases presenciales. Se le explicó que era por las necesidades de los chicos.
El resultado del diálogo fue respetar las disposiciones del MINEDUC, al acordar con la supervisora que podría reunirse un número de estudiantes limitado.
Por otra parte, la docencia de La Esperanza se encargaba de llamar o mensajear personalmente a los padres y madres de familia para no dejar sin atención ni seguimiento a los estudiantes.
Sin embargo, a pesar de todos estos esfuerzos pedagógicos, en La Esperanza comenzaron a observar desde temprano los primeros indicios de la herencia pandémica. Deserción de estudiantes, problemas de aprendizaje, jóvenes alicaídos y ansiosos fueron muestras de la influencia de la pandemia en los jóvenes.
Es luego del levantamiento de las medidas de distanciamiento social e higiene pública, en 2022 y 2023, que se encuentran con una realidad adversa.
Los estragos emocionales y sociales de la pandemia
En el regreso a clases aparecieron pocos estudiantes, portando la mascarilla. No solo escondían sus semblantes detrás de ella, también sus corazones. El alcance de la pandemia se extiende aun en los rincones más puntuales de nuestras sociedades: las emociones.
Los jóvenes vinieron con desinterés en aprender y hacer algo. Lo vimos más en los jóvenes que no se presentaron [en el reforzamiento]. Los jóvenes no hablan, no se comunican. La comunicación se perdió. En lo emocional, el autoestima venía bajo. Incluso en momentos donde no había que utilizar mascarilla, hay jovencitos que a la hora de almuerzo meten su comida en la mascarilla. Decían "soy feo", hasta para comer les daba vergüenza. Mucha ansiedad, muchos chicos traen depresión.
La pandemia desoló emocionalmente a muchos jóvenes, niños y niñas. A tan temprana edad, el encierro significó separarlos físicamente del mundo, de la comunidad, de sus compañeros. Sin socialización ni estímulo, quedaban relegados a lo poco o nada que ofrecía socialmente el hogar. Además, muchos hogares tuvieron trágicas historias de muerte por COVID-19, lo que representó traumas adicionales.
Asimismo, influyó el celular, único acceso y vínculo con su comunidad y compañeros. En La Esperanza, afirman que el celular hizo jóvenes ansiosos, al convertirse en una extensión primordial de sus vidas. Se volvió en "un vicio" y "una dependencia".
Si el celular fue el único acceso y vínculo social de los jóvenes, niños y niñas, es razonable la pérdida de comunicación y participación en las clases presenciales de La Esperanza. Interactuar con el celular es hacerlo detrás de la pantalla, como espectador social. En cambio, por las circunstancias de la pandemia, los jóvenes no aprendieron a interactuar con sus compañeros y sus docentes. No fueron actores sociales.
Los estudiantes no fueron los únicos desgarrados emocionalmente por la pandemia. También los docentes.
Estamos acostumbrados a trabajar presencial. Yo tuve un colapso de estrés porque la carga fue triple. Fue aquello que una se sobrecargó, pues no era solo ser docente, sino también ser madre de familia. Me enfermé bastante serio. Tengo una hija enfermera y me atendió. Una no se da cuenta de que está enferma, porque, como me encanta lo que hago, me pierdo en el trabajo y no escuché a mi cuerpo.
Cuando se refiere a carga triple, identifica tanto la carga laboral de la educación, la vida doméstica del hogar y la presión del sistema educativo que recae en la docente. Ahora, en un contexto donde la educación ha sido y sigue desarticulada por el Estado, la docente se recibe, muchas veces sola, en ocasiones con la compañía única de otros docentes igual a ella, la abundante responsabilidad y misión de atender la educación.
La inquietud de conocer la suerte de los estudiantes, la angustia por cerciorarse de entregar una buena educación, el estrés de la vida familiar y el desamparo de las autoridades públicas, todo en un contexto de riesgo y pánico por COVID-19, resquebraja con facilidad la salud mental y física de la docencia.
Que nadie se quede atrás
Ante esta realidad pandémica, La Esperanza no se quedó quieta.
Espacios de terapia trabajados por psicólogos han sido comunes, dados las aflicciones emocionales de los estudiantes durante la pandemia. Asimismo, los docentes describieron que la mayoría de estudiantes vinieron con mucha energía, acumulada a lo largo del encierro pandémico. Como esbozó una madre de familia, “parecían cabritas recién salidas del corral”.
Por otra parte, se encontraron con grupos de estudiantes con deficiencias en el aprendizaje. Cada año realizan "pruebas diagnósticas"6 a fin de conocer, aunque no se limitan solo a ellas, el nivel de aprendizaje de estudiantes en ciertas materias.
En 2023 los resultados de las pruebas diagnósticas en matemáticas y lectura para todos los grados de secundaria y diversificadono fueron alentadores. Entre los grupos, se toparon con serias diferencias de aprendizaje entre estudiantes nuevos, o que no asistieron al reforzamiento, y los estudiantes que recibieron refuerzo educativo de La Esperanza.
Bien marcada la diferencia con quienes vinieron a reforzamiento con el resto de estudiantes. Al inicio [del regreso a clases] se hizo una evaluación. Las cifras y estadísticas marcan la diferencia. Los jóvenes del reforzamiento leen 268 palabras y los otros 100. El maestro dividió en tres grupos la mate porque los chicos no iban a entender. De la misma forma se organizó la lectura: no es por grado, sino por niveles de aprendizaje. Los de nivel uno les cuesta leer, dos es un nivel de compresión y tres a lo lógico.
Muchos de los estudiantes que provienen de las escuelas públicas son quienes resultan con peor diagnóstico. Para ello, en La Esperanza recurrieron a dividir en grupos por niveles de aprendizaje, a tutorías y reforzamientos personalizados.
En especial, la lectura es un área de aprendizaje que consideran fundamental, y en donde más prioridad y urgencia han dirigido. Creen que el estudiante con habilidades lectoras puede “aprender cualquier cosa”. La lectura es la apertura básica hacia el conocimiento.
Asimismo, han sido testigo de las deficiencias en habilidades tecnológicas de muchos estudiantes. Así, se toparon con estudiantes que no podían encender una computadora, que no podían mover un mouse, que les dificultaba usar el celular para tareas.
A pesar de existir la dependencia del celular, eso no implica su uso consciente ni productivo. Como describió uno de los docentes, “el celular no es sinónimo de tecnología”.
Por ello, desde 2020, en búsqueda de mejores herramientas tecnológicas, en parte obligados por las clases a distancia, han apostado por la educación tecnológica.
Para ello, se aliaron con una empresa de Israel que ofrece a tecnología a jóvenes que nunca han tenido acceso, con TechnoKids Guatemala y Tecnikids. Por tanto, ahora trabajan educación en línea de STEM con cursos de programación y robótica.
Con todo, los esfuerzos y proyectos por atender a los jóvenes que quedaron rezagados, emocional y educativamente, no hubieran sido posibles si la docencia no tuviera claro la visión de La Esperanza, que cobró más fuerza y apremio durante la pandemia.
La Esperanza tomó prestada una cita del Popol Vuh para hacerla lema y consigna, y resume su visión: “Que todos se levanten, que nadie se quede atrás”.
Festival Artístico - Conmemoración del Día Internacional de la Juventud
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Robótica para la niñez
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Área de expresión artística
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Cosechas de los primeros frutos del espacio que sueñan convertir en una escuela ecológica.
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La huella de La Esperanza
Desde su fundación en 2012, la historia de Las Victorias ha estado vinculada a la historia y proyecto de La Esperanza.. Creen que el trabajo social y educativo del instituto y la docencia con la juventud, olvidada por el Estado y la ciudad chimalteca, ha rendido frutos.
Lejos queda el periodo de violencia y delincuencia del 2005-2010. Signo de ello es el perfil actual de los estudiantes. De jóvenes en riesgo o involucrados en actividades de delincuencia, ahora son, como mencionó un docente, "niños más inocentes" o parientes de estudiantes egresados de La Esperanza.
El camino hacia adelante
En 2021 consiguieron un terreno en Chimaltenango. A diferencia de la ubicación actual de La Esperanza, no está céntrico. Con ayuda de estudiantes voluntarios del club de líderes, se dedicaron a limpiar el lugar. Actualmente usan el terreno para actividades de emprendimiento, liderazgo, deporte o ensayo de banda.
De estas ideas por expandir La Esperanza a otros territorios de Chimaltenango, es posible que se encontrarán con una realidad ineludible del departamento: la presencia maya.
Chimaltenango tiene una importante población maya, especialmente una rica historia de grupos kaqchikeles que se remonta hasta la época prehispánica.
A pesar de la historia y presencia maya, las ciudades guatemaltecas se especializan en borrar o ignorar las identidades étnicas.
En el caso de La Esperanza, no eluden esta realidad. Han trabajado con jóvenes mayas, además de dar cursos de idiomas mayas en su pénsum. Sin embargo, la educación intercultural no es uno de sus ejes de educación popular.
Pero han reflexionado sobre la proyección de La Esperanza más allá de Las Victorias. Por ejemplo, mencionaron que no tienen ninguna relación con la escuela más importante, en términos históricos, de Chimaltenango: la Pedro Molina.
Por eso, están en un momento donde se sienten preparados para expandir su horizonte. No solo instalarse en otros territorios, asimismo compartir el testimonio de Las Victorias, la educación popular de La Esperanza a otros institutos, escuelas o colegios.
Saben que hay más jóvenes en riesgo de la violencia urbana, que no pueden costear su educación. Viven en una ciudad desigual. Por ello, tienen claro que el camino hacia adelante es, precisamente, la esperanza.
Notas
Notas generales
Este producto fue diseñado, visualizado y escrito por el equipo de Population Council Guatemala, con colaboración y retroalimentación del equipo de La Esperanza, para el proyecto Recuperando la Educación en Centroamérica: Activando Redes y Grupos Asociados (RECARGA).
Las imágenes presentadas fueron tomadas de las redes sociales de La Esperanza, compartidas por su equipo o fotografiadas por el equipo de Population Council Guatemala. En casos externos, se indicó la fuente.
Notas específicas
1. El 22 de septiembre de 2023 el equipo de Population Council llegó a realizar un taller participativo, con una duración de seis horas, en La Esperanza. Participaron nueve personas:
► Siete de La Esperanza. Las dos cofundadoras, una de ellas directora y la otra docente; el encargado de administración; cuatro docentes de distintas materias.
► Dos madres de familia. Una de ellas lidera el grupo de valores de la iglesia local. La otra madre tiene un historial de familiares inscritos en La Esperanza desde hace muchos años.
Los objetivos del taller fueron, a través de una discusión grupal guiada y una línea de tiempo, a) recolectar la historia local de Las Victorias, b) documentar el desarrollo organizacional y educativo de La Esperanza, especialmente durante y tras la pandemia y c) entender el ecosistema educativo en el que se encuentra el instituto.
Uno de los productos fue este estudio de caso en forma de historia narrativa, elaborada luego de un proceso de sistematización del taller, revisión bibliográfica, estadísticas, archivo audiovisual y entrevistas.
2. En La Esperanza entienden juventud en riesgo por, primero, la posibilidad de que jóvenes sean atraídos por la cultura de violencia urbana (pandillas, delincuencia, crimen organizado) y, segundo, sean víctimas de dicha violencia.
3. El Ejercicio Profesional Supervisado es una evaluación práctica, propedéutica de la USAC. Es un requisito para completar la licenciatura.
4. La educación popular pone en tela de juicio la pedagogía tradicional que ha rechazado y excluido a estos jóvenes: una conductista, punitiva, vertical, productivista. Es una educación horizontal y bidireccional, de maestro-alumno y viceversa. No tiene un sentido autoritario al imponer conocimiento ni mandatos, sino que interactúa y dialoga con el estudiante, lo guía al pensamiento crítico. Su propósito pedagógico es formar en y para la libertad, por lo que es necesario educar y realizar al estudiante, al docente integralmente.
5. El único criterio de La Esperanza para becar es si el estudiante muestra entrega y perseverancia en estudiar. Para La Esperanza, las calificaciones demuestran poco del espíritu, la voluntad educativa. De ahí que en el instituto no existe la repitencia.
6. Los diagnósticos de aprendizaje han estado presente desde los inicios de La Esperanza. En 2015, por ejemplo, la organización participó en un estudio del Centro de Investigaciones Educativas de la Universidad del Valle de Guatemala. Se evaluó al grado de tercero básico en materias de matemática y lectura, y se comparó los resultados con relación a otros tres establecimientos educativos.
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